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Pronunciamiento de Parteras Tradicionales (2014)

La siguiente es una carta que expresa la labor de las parteras formadas en la tradición. Fue dirigida en el año 2014 a la Asociación Mexicana de Partería. Hoy en día, parteras profesionales y tradicionales, enfermeras, doulas y médicos ginecólogos, defienden los beneficios del modelo tradicional en la atención del embarazo, parto y puerperio, frente a las regulaciones que intentan subordinar la partería al modelo hosipitalario. Siendo que la atención hospitalaria posee, quizá no por voluntad médica, pero sí por esquema institucional, varios elementos protocolarios que resultan inhibitorios del parto fisiológico. 
Presentación
Somos un grupo de Parteras Tradicionales que tenemos amplia experiencia en la atención de partos en la Zona Maya de Quintana Roo, México. Iniciamos nuestras actividades en conjunto desde el año 2002.
En 2006 nos constituimos legalmente, con el objetivo de mejorar y dignificar la atención del parto preservando la atención tradicional de la bioregión. A través de la práctica, hemos consolidado un método integral de atención en todas las etapas del embarazo, el parto, el puerperio y la lactancia, integrando técnicas tradicionales mayas con principios y valores que promueven el respeto materno-infantil y el equilibrio armónico entre cuerpo, mente y espíritu, bajo un enfoque de autonomía matrifocal. Nuestra prioridad es brindar una atención segura y basada en evidencias, que respeta a la madre y a su bebé en el proceso.
Desde entonces nos hemos involucrado, por extensión natural del tema, en procesos de promoción de salud y derechos sexuales y reproductivos; así como en acciones de prevención de la violencia de género con enfoque en la autonomía de la mujer en sus procesos reproductivos.
Justificación
Nuestra experiencia trasciende la atención de partos, y nos preocupamos por la defensa y promoción de los derechos reproductivos de las mujeres en el marco de los derechos humanos. En nuestro ejercicio como parteras, hemos identificado innumerables experiencias de abuso, desconocimiento e indiferencia de los temas relacionados con los derechos del ciclo reproductivo femenino, que abarca desde el ejercicio de la sexualidad, la anticoncepción y la planificación familiar, hasta la lactancia y la crianza.
En un país como México, la defensa y ejercicio de los derechos reproductivos relacionados con estos temas, es una tarea que enfrenta varios obstáculos. Las barreras van desde las lagunas en los marcos normativos, pasando por la infraestructura y protocolos institucionales, las relaciones de poder naturalizadas,  hasta los propios temores que son asimilados a nivel subconsciente por las mujeres, que impiden el ejercicio de una maternidad consciente.
Por esta razón, la defensa de los derechos reproductivos y su efectivo ejercicio es un problema que debe ser abordado desde múltiples perspectivas, de manera interdisciplinar, y también desde los distintos oficios que integran la atención del ciclo reproductivo femenino.
Desde nuestra posición de mujeres hemos comprobado y experimentado el hecho de que las mujeres más pobres, menos educadas y las identificadas como indígenas “tienen nueve veces más probabilidades de ver violentados sus derechos reproductivos” (GIRE, 2013). Como parteras formadas en la tradición tenemos la oportunidad de trabajar directamente con mujeres que son violentadas en sus derechos humanos, focalizando nuestro quehacer en la práctica de la autonomía matrifocal.
En nombre de los avances científicos modernos, la discriminación ha sido sistemática dependiendo del momento histórico. En México, tras ser enunciadas la leyes del Real Protomedicato en 1750, la discriminación fue racial, étnica y de clase, pues entre los requisitos para ejercer la profesión estaban “haber estudiado cuatro años con maestro aprobado, presentar certificados de pureza de sangre y testimonios de buena conducta, además de depositar 63 pesos” (Carrillo, 1999: 168).

Siguiendo con Ana María Carrillo (1999), en el siglo XIX la tendencia fue la formación científica de parteras profesionales. En este contexto se criticaba de obsoleto y pernicioso abiertamente el conocimiento ancestral, que se traduce en soporte psico-emotivo, que a su vez se traduce en la liberación de hormonas que facilitan el proceso fisiológico de parir. Aunada a la discriminación étnica y de clase se acentuó la discriminación de género que impedía al gremio médico -exclusivo de varones- reconocer la capacidad femenina de entender y atender el propio cuerpo. Durante el siglo XX la discriminación fue principalmente de carácter gremial, pues se presentaron una serie de situaciones estructurales que por razones económicas llevaron a eliminar a la partería como profesión, otorgando el reconocimiento de atención de partos fisiológicos sólo a médicos titulados, limitando la atención a nosocomios y maternidades, y desarrollando la especialidad de gineco-obstetricia para la atención de embarazos patológicos. Sin duda los avances en gineco-obstetricia “hicieron mucho más seguros los embarazos y partos con complicaciones, pero implicaron también una mayor intervención médica (inducción rutinaria, aumento de cesáreas, promoción de lactancia artificial, etc.)”
(Carrillo, 1999: 189).


Nosotras consideramos que estamos en una etapa del proceso histórico en que la partera ha transitado por caminos difíciles, y la mujer que pare aún más, pues sistemáticamente se ha trastocado la confianza en el propio potencial natural de crear vida, causando un daño decisivo en la autonomía que la mujer debe tener sobre su propio proceso de maternidad. En un país como México, en el que el proceso de urbanización se aceleró sólo hasta la última década del siglo XX, la partera tradicional en la ruralidad ha ejercido su profesión con loable resistencia, aceptando maltratos y humillaciones cuando se presenta un parto con complicación.
En el siglo XXI, la tendencia puede mejorar para fortalecer el ejercicio de los derechos reproductivos de las mujeres y los derechos laborales de las parteras, pero ello requiere de esfuerzos civiles y de voluntad política. Afortunadamente, la OMS ha reconocido algunas prácticas forjadas en la tradición y en la profunda intuición femenina que favorecen la salud materno-infantil (como la conveniencia del parto vertical, la eliminación del uso de fórceps, la limitación de cesáreas y oxitócicos sólo a casos estrictamente necesarios, etc.). Nosotras sabemos que fortalecer la autonomía matrifocal tiene un doble divideno:
“Un estudio tras otro nos ha enseñado que no existe un instrumento para el desarrollo más eficaz que la autonomía de la mujer. Ninguna otra política tiene las mismas posibilidades de aumentar la productividad económica o de reducir la mortalidad en la infancia y la mortalidad derivada de la maternidad. Ninguna otra política tiene la misma fuerza para mejorar la nutrición y promover la salud, incluida la prevención del VIH/SIDA. Ninguna otra política tiene el mismo poder para aumentar las posibilidades educativas de la próxima generación”. (Koffie Anan, UNICEF, 2007).

En relación con la atención del embarazo y el parto, la profunda crisis civilizatoria en que nos encontramos, se deja sentir en amplios sectores de la población femenina que busca una atención integral, más natural, más apegada a sus ciclos pautados biológicamente y vinculados con su propio conocimiento instintivo. No es posible seguir sosteniendo la falsa creencia de que las mujeres que buscan una atención tradicional del parto lo hagan por ignorancia o porque carecen de alternativas modernas y científicas.
Es interesante mencionar dos importantes tendencias: una es que el amplio sector de esta población ya no se reduce sólo a las regiones indígenas, pues cada vez son más las mujeres urbanas y mestizas que buscan una alternativa de atención diferente, más humanizado, al que ofrece el espectro médico científico actual. La otra tendencia es la que atenta contra los derechos del sector femenino indígena que a través de mandatos de la política pública se le obliga a atender su embarazo y parto en nosocomios públicos, limitando el derecho de las mujeres a elegir la atención que prefieren. El mismo gobierno conoce esta situación, por lo que ha hecho intentos de incluir la medicina tradicional con el objetivo de llegar a la población que durante siglos ha escapado a su control.

Por eso en México, el ámbito legal de la partería tradicional se encuentra actualmente regulado por la Secretaría de Salud a través del Reglamento de la Ley Generalde Salud en Materia de Prestación de Servicios de Atención Médica. Dicho reglamento refiere que las parteras tradicionales pueden solicitar ser reconocidas como “personal no profesional autorizado” para prestar servicios obstétricos, y atender embarazos, partos y puerperios normales.

Sin embargo, los estatutos establecidos en la Ley General de Salud carecen de los criterios de suficiencia y pertinencia, dado que para preservar la riqueza del conocimiento práctico tradicional en la atención del parto resultan insuficientes cursos de competencias técnicas que no valoran apropiadamente el carácter psico-emotivo de la atención. De la misma manera, no resulta pertinente establecer, por ejemplo, requisitos de alfabetismo para considerar el reconocimiento de las competencias necesarias en partería, sobre todo si se sabe que un elevado porcentaje de población indígena carece de la competencia lecto-escritora en idioma español; por otra parte, hay parteras profesionales formadas en el extranjero, que auto identifican su práctica con la atención tradicional, y en México no son reconocidas ni como profesionales ni como tradicionales, siendo que técnica y empíricamente han sido formadas en la tradición; entre otros asuntos que agudizan la inequidad.
En realidad, el reconocimiento del saber tradicional debe tomarse en serio como un conocimiento de carácter espiritual (entendida la espiritualidad en este contexto como un conjunto de prácticas rituales que desencadenan procesos psico-emotivos que a su vez desencadenan procesos hormonales favorables para una parto fisiológico), que más allá de lo folklórico, otorga la capacidad que necesita la mujer para consolidar la soberanía sobre su propio cuerpo y vida, en el sentido en que actúa el invaluable patrimonio cultural inmaterial de la humanidad.
Teniendo en cuenta dicho contexto, nuestra base de acción está en la promoción y práctica de la autonomía matrifocal, en la cual hemos comprobado que en su ejercicio pleno se encuentra una alternativa eficaz para contrarrestar la violencia reproductiva (que incluye la violencia obstétrica y sexual).

Nosotras hemos sido testigos presenciales y partícipes de los cursos de profesionalización brindados por las secretarías de salud a las parteras tradicionales indígenas, los cuales sólo buscan la transmisión de información técnica, lo que conlleva a una postura ideológica que reproduce las agresiones físicas y psicológicas de un sistema de base patriarcal, que en su última expresión no respeta ni los cuerpos ni los ciclos naturales de la mujer.

Desde nuestro punto de vista, el fortalecimiento desde y para la partería tradicional, es la estrategia adecuada debido al potencial que presenta para el desarrollo de la autonomía de la mujer, y no sólo para fortalecer los derechos de género sino incluso para reducir efectivamente la mortalidad materno-infantil. No se trata de capacitar a las parteras tradicionales, sino de colegiar sus conocimientos, entender y extender su sabiduría sobre la naturaleza de los ciclos del cuerpo y espíritu femeninos, y aprender de su práctica la manera empática, maternal y amorosa con que atienden y cuidan el cuerpo y la psique de la mujer.
En este sentido, comprendemos que la tradición no es un obstáculo sino nuestra fortaleza. En la práctica reflexiva y consciente de nuestra tradición (una tradición femenina que se puede considerar transétnica también) hemos encontrado los fundamentos que nos han ayudado a brindar una atención que respalda y protege los derechos reproductivos.
Nosotras intentamos representar en el término "matrifocalidad" el concepto de autonomía de la mujer definida como “la capacidad para controlar sus propias vidas y participar en la toma de decisiones que les afectan a ellas y a sus familias” (UNICEF, 2007: 2) en unión con la sabiduría biológica, instintiva y ancestral acerca del aspecto femenino que se centra y expresa en la maternidad. Dicha autonomía ha logrado sobrevivir, aunque tergiversada por siglos de imperioso ocultamiento, pues históricamente, la natural tradición de la partería ha pasado de la persecución inquisitorial asociada a lo satánico (siglo XI al XVI) a la indiferencia y discriminación justificadas por la modernidad científica (siglos XVII a XXI). Aun así, las representantes tradicionales de la partería mantienen vigente su necesaria labor. Confirmamos que para nosotras, la tradición no significa enclaustrar la identidad, reproduciendo discursos y prácticas carentes de nueva información. Por el contrario, compartimos la visión de que lo que define esencialmente a la tradición es:
“el hecho de conferir al pasado una autoridad trascendente para regular el presente. Y la base de esa autoridad no es la antigüedad, como pudiera parecer a primera vista, sino la convicción de que la continuidad con el pasado es capaz de incorporar incluso las innovaciones y re-interpretaciones que exige el presente” (Giménez, 2009: 144).
De esta manera, somos parteras tradicionales que aprendimos nuestro oficio a partir de unas
bases éticas y filosóficas que creemos imprescindibles para regular nuestro presente. Sobre todo en el contexto actual en que hemos sido testigos de la manera impune e institucionalizada en que se irrespetan los derechos humanos de las mujeres.
Nuestro grupo tiene la capacidad de crear sinergias importantes para llevar a la práctica los esfuerzos normativos en materia de derechos reproductivos. Trabajar con las barreras psíquicas que impiden a las propias mujeres exigir el respeto a sus derechos reproductivos ha sido nuestra labor desde hace más de diez años. Hoy necesitamos un impulso que nos permita enfocar nuestros esfuerzos en las mujeres que más lo necesitan. 

Referencias
      Black​ ​Christopher​ ​(WHO)​ ​basado​ ​en: 
(1)    Proportion of births attended by a skilled health worker – 2008 updates. Ginebra,        Organización    Mundial    de    la    Salud,    Departamento    de      Salud Reproductiva e Investigaciones​ ​Conexas,​ ​2008. 
(2)    Maternal mortality in 2005. Estimates developed by WHO, UNICEF, UNFPA and The World​ ​Bank.​ ​Ginebra,​ ​Organización​ ​Mundial​ ​de​ ​la​ ​Salud,​ ​2007. 
(3)    Neonatal and perinatal mortality. Country, regional and global estimates 2004. Ginebra,​ ​Organización​ ​Mundial​ ​de​ ​la​ ​Salud,​ ​2007.
      Carrillo, Ana María (1999) “Nacimiento y muerte de una profesión, las parteras tituladas en​ ​México”​ ​en​ ​DYNAMIS.​ ​Acta​ ​Hisp.​ ​Med.​ ​Sci.​ ​Hist.​ ​Illus.​ ​19,​ ​167-190.
      Davis-Floyd, Robbie (1994) “The Technocratic Body: American Childbirth as Cultural
Expression”​ ​in​ Social Science and Medicine​ ​38(8):1125-1140.
      Davis-Floyd, Robbie and Gloria St. John (1998) “Doctor to Healer: The Transformative
Journey”,​ ​New​ ​Brunswick​ ​NJ:​ ​Rutgers​ ​University​ ​Press.
      Davis-Floyd, Robbie and Charles Laughlin (n/d) ​The Anatomy of Ritual New York: Random​ ​House/Schocken).
      Giménez, Gilberto (2009), ​Identidades sociales. México: Consejo Nacional para la Cultura y​ ​las​ ​Artes.
      GIRE [Grupo de Información en Reproducción Elegida, A.C.] (2013) “Omisión e indiferencia: derechos reproductivos en México”, [Este informe se realizó gracias al apoyo de un donante anónimo y de la Fundación Ford, Oficina para México y Centroamérica].
      UNICEF (2006) ​Estado mundial de la infancia 2007. La mujer y la infancia, el doble dividendo de la igualdad de género​ ​NY:​ ​UNICEF.
      WHO, ICM and FIGO (2004) ​Making pregnancy safer: the critical role of the skilled attendant. A joint statement.​ ​Ginebra,​ ​WHO.
      WHO, UNICEF, UNFPA, WB and UN (2014) ​Trends in maternal mortality: 1990 to 2013.
Estimates by World Health Organization,​ ​WHO.


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