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Cómo las parteras nos ayudan a recordar las herramientas ancestrales para poder parir


De ser madres primerizas, desde la moderna lógica occidental nos preguntaríamos ¿cómo es posible recordar algo que nunca antes hemos vivido? La realidad es que no tenemos que aprender a parir. Ese conocimiento básico está impregnado en nuestras células.

Dice Michel Odent que el arte de la partería “no es ayudar o guiar a dar a luz, sino proteger el proceso de parto contra todo aquello que naturalmente puede inhibirlo”. Y es la cortisona del estrés, la adrenalina del peligro, es decir, El Miedo, el elemento que inhibe nuestro proceso de parto.

Así es como las parteras actúan, brindándote un ambiente de paz, armonía y energía femenina que provoca que todo indicio de temor se convierta en confianza, fuerza y amor. En mi caso, la amorosa voz de la partera me iba explicando en medio del dolor, que cada contracción no era tal, que estaba mal aplicado el nombre, porque en realidad lo que estaba sucediendo era una expansión.

En cada espasmo de dolor mi cuerpo se abría, el universo se expandía. Yo no conocía antes la música de Rosa Zaragoza, pero mi bebé y yo nacimos con ella (porque en cada parto también nace una nueva mujer-madre). La partera sabía que el poder de su mantra me calmaría, y yo sentía que mis huesos eran fuertes, que estaba en buenas manos, que tenía lo que necesitaba.

En algún momento cuando el dolor era casi insoportable y yo dije "ya no puedo más", la partera no me anestesió, no me indujo el parto, no aceleró el proceso con ningún medicamento. Más bien me recordó que el dolor era necesario y que tenía que aprender a dialogar con él para así descubrir lo más profundo y sutil de mi cuerpo. Ese es uno de los trances más espectaculares que por miedo muchas mujeres se pierden de experimentar. El poder que te da sentir, soportar, amar ese dolor es energía pura que te acompaña por el resto de la vida.

En ese momento crítico la partera me empoderó, me dijo "a partir de ahora todo el trabajo es tuyo, tú tienes que traer esa criatura al mundo, yo estoy aquí sólo para cuidar que eso suceda bien, pero no haré nada más". Aunque sí hizo una gran labor difícil de entender para quien no lo ha experimentado, o para los que se niegan a aceptar los beneficios fisiológicos reales.

Ella me acompañó emocionalmente en todo el proceso. Me ayudó con sus palabras a visualizar el parto. Me decía, imagina que tu bebé está en una cueva, lo escuchas llorar, tú tienes que buscarlo, tienes que abrazarlo y traerlo aquí contigo. Entonces yo me subía a una barca en aguas color turquesa y apacibles, e iba en búsqueda de mi bebé.

Guiándome por su llanto imaginario establecí contacto con su energía, y comencé a hablar con ella, a calmarla, a decirle que todo estaba bien, que la estábamos esperando. En cada espasmo de dolor abría los ojos y me encontraba soñando que estaba pariendo para después cerrarlos de nuevo y continuar en la realidad de la búsqueda de mi bebé.

Cuando por fin la encontré, el momento de la expulsión fue en realidad un deja vú. Ese momento en que mi cuerpo la expulsaba yo ya lo había vivido antes, en mi memoria evoqué el recuerdo del sueño que tuve la noche anterior, y entendí que el cuerpo tiene maneras muy sabias de actuar, que las parteras con sus conjuros saben evocar.




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